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No soy un gran lector (y no pasa nada)
Hay una frase que se repite constantemente en el mundo de la escritura. La habrás oído mil veces si alguna vez has buscado consejos para escribir, si has leído entrevistas a autores o si has pasado más de diez minutos en cualquier foro literario.
"Para escribir bien, hay que leer mucho."
Stephen King lo dice. Lo dicen todos los manuales de escritura creativa. Lo dicen los profesores de talleres literarios, los booktubers, los hilos de Twitter sobre cómo empezar a escribir. Es casi un mantra. Una verdad incuestionable que se repite tanto que parece una ley universal.
Y yo estoy aquí para decirte que no leo tanto. Que nunca he leído tanto. Y que aun así he escrito una novela.
No sé si esto es una confesión, una justificación o simplemente una reflexión en voz alta. Probablemente las tres cosas. Pero llevo tiempo queriendo escribir sobre esto porque durante años me hizo sentir como un impostor. Como alguien que no tenía derecho a escribir una novela (o intentarlo) porque no cumplía con el requisito básico de entrada.
Así que vamos a hablar de ello.
Los números que nunca alcanzo.
Cada vez que llega diciembre, las redes sociales se llenan de resúmenes de lectura. Goodreads te envía tu informe anual, la gente comparte sus estadísticas, y de repente parece que todo el mundo ha leído cuarenta, cincuenta, sesenta libros en un año.
Yo miro mis números y me da algo de vergüenza.
En un buen año leo quince libros. En uno normal, diez. En uno malo, cinco o seis. Y no estoy hablando de tochos de mil páginas que justifiquen esas cifras. Hablo de novelas normales, de trescientas o cuatrocientas páginas, que me lleva semanas terminar.
Durante mucho tiempo pensé que algo estaba mal en mí. Que era lento, que no me concentraba lo suficiente, que no le dedicaba el tiempo necesario. Me comparaba con esos lectores voraces que devoran un libro por semana y me sentía inferior. Como si hubiera un club al que no me dejaban entrar porque no cumplía los requisitos.
Con el tiempo he entendido que simplemente leo de otra manera. No mejor ni peor. Diferente.
Lector lento, lector obsesivo.
No soy un gran lector en cantidad. Pero cuando algo me engancha, me obsesiono.
Puedo leer todo lo que ha escrito un autor en cuestión de meses. Puedo releer el mismo libro tres o cuatro veces si me ha dejado marca. Puedo pasar semanas pensando en una historia que he terminado, dándole vueltas a las decisiones del autor, analizando por qué cierta escena me afectó tanto, preguntándome cómo habría contado yo lo mismo.
Esa es mi forma de leer. Profunda en lugar de amplia. Vertical en lugar de horizontal.
Cuando descubrí a Carlos Ruiz Zafón, leí todas sus novelas seguidas. Cuando encontré a Juan Gómez Jurado, hice lo mismo. No me interesaba saltar de un autor a otro, probar cosas nuevas, ampliar horizontes. Quería entender cómo funcionaban esos autores. Qué hacían para engancharte. Cómo construían la tensión, cómo revelaban información, cómo te manipulaban emocionalmente sin que te dieras cuenta.
Leía como quien estudia. Con curiosidad, sí, pero también con intención. No solo quería disfrutar las historias, quería desmontarlas. Entender el mecanismo que había detrás.
Y curiosamente, creo que eso me ha enseñado más sobre escritura que leer cien libros de cien autores diferentes.
El mito del lector voraz.
Volvamos al consejo original. "Para escribir bien, hay que leer mucho."
Entiendo de dónde viene. Leer te expone a diferentes voces, estilos, estructuras. Te enseña qué funciona y qué no. Te da vocabulario, ritmo, oído para el lenguaje. Todo eso es cierto.
Pero creo que el consejo se ha simplificado tanto que ha perdido el matiz. Se ha convertido en una cuestión de cantidad cuando debería ser una cuestión de calidad. De atención. De intención.
He conocido lectores voraces que devoran libros como si fueran episodios de una serie, pasando de uno a otro sin que ninguno les deje huella. Leen mucho pero retienen poco. Consumen historias pero no las analizan. Terminan un libro y a las dos semanas no recuerdan ni el nombre del protagonista.
Y he conocido lectores lentos, como yo, que pueden hablar durante horas de un libro que leyeron hace cinco años. Que recuerdan escenas concretas, frases que les marcaron, decisiones narrativas que les parecieron brillantes o fallidas.
No digo que una forma sea mejor que la otra. Pero sí digo que la cantidad no lo es todo. Que leer cincuenta libros al año no te convierte automáticamente en mejor escritor que alguien que lee diez.
Lo que me han enseñado los pocos libros que he leído.
Voy a ser honesto. Mi bagaje literario tiene agujeros enormes. No he leído a los clásicos que "hay que leer". No he tocado a Dostoievski, apenas he leído a García Márquez, tengo pendientes obras que cualquier persona medianamente culta ya debería haber terminado.
Y sin embargo, los libros que sí he leído me han enseñado cosas concretas que aplico cuando escribo.
De los thrillers aprendí el ritmo. Cómo terminar un capítulo de forma que el lector necesite pasar la página. Cómo dosificar la información para mantener la tensión. Cómo hacer que cada escena tenga un propósito.
De la ficción contemporánea aprendí los personajes. Cómo hacer que alguien se sienta real en pocas páginas. Cómo mostrar en lugar de contar. Cómo usar los silencios y lo no dicho para transmitir más que los diálogos explícitos.
De los libros que me aburrieron aprendí qué no hacer. Descripciones interminables que frenan la historia. Personajes que solo existen para explicar cosas al lector. Tramas que se pierden en subtramas innecesarias.
Cada libro que he leído, aunque sean pocos comparados con otros, me ha dejado algo. Una herramienta, una técnica, una advertencia. Y eso vale más que una lista interminable de títulos que apenas recuerdo.
Leer para escritor.
En algún momento, sin darme cuenta, mi forma de leer cambió.
Dejé de leer solo por placer y empecé a leer también para escribir. No siempre, no con todos los libros, pero sí con muchos. Empecé a fijarme en cosas que antes me pasaban desapercibidas. La longitud de los capítulos. La estructura de los diálogos. Cómo un autor introduce a un personaje nuevo. Cómo maneja los saltos temporales. Dónde coloca los puntos de giro.
Es una forma de leer que a veces te saca de la historia. Que te hace consciente del artificio, de la construcción detrás de la magia. Hay quien dice que arruina el placer de la lectura. A mí me parece que lo enriquece.
Porque ahora, cuando un libro me atrapa, tengo dos placeres simultáneos. El de la historia en sí y el de admirar cómo está contada. El de dejarme llevar y el de entender por qué me estoy dejando llevar.
Eso no requiere leer mucho. Requiere leer con atención.
El síndrome del impostor literario.
Voy a admitir algo que me cuesta. Durante años, la idea de no leer lo suficiente me paralizó.
Cada vez que pensaba en escribir en serio, en intentar publicar algo, una voz en mi cabeza me decía que no tenía derecho. Que había gente que llevaba toda la vida leyendo, que tenía una formación literaria que yo no tenía, que conocía las reglas del oficio porque las había absorbido de cientos de libros.
¿Quién era yo para escribir una novela? Un tipo que lee diez libros al año y que ni siquiera ha terminado el Quijote.
Ese síndrome del impostor me frenó durante mucho tiempo. Me hacía sentir que primero tenía que "ponerme al día", leer todo lo que no había leído, llenar los huecos de mi formación. Y como eso parecía una tarea infinita, siempre había una excusa para no empezar a escribir.
Hasta que en algún momento decidí que daba igual.
Que no iba a esperar a haber leído lo suficiente porque ese momento nunca iba a llegar. Que iba a escribir con las herramientas que tenía, con los libros que había leído, con mi forma particular de entender las historias. Y que si eso no era suficiente, al menos lo habría intentado.
Lo que de verdad importa.
Después de haber terminado una novela, después de haberla publicado, puedo decirte lo que creo que importa de verdad.
No importa cuántos libros leas al año. Importa cuánto te fijas en los que lees.
No importa tener un bagaje literario impresionante. Importa conocer bien los pocos libros que te han marcado.
No importa haber leído a los clásicos. Importa haber leído algo que te enseñara cómo funciona una historia.
Y sobre todo, lo que importa es escribir. Sentarte, abrir el documento, poner palabras una detrás de otra. Eso es lo único que te convierte en "escritor". No los libros que has leído, no los cursos que has hecho, no los títulos que puedes presumir. Solo escribir.
Puedes leer un libro al día y no escribir nunca. Puedes leer cinco libros al año y terminar una novela. La lectura es combustible, sí, pero de nada sirve tener el depósito lleno si nunca arrancas el coche.
Mi relación con la lectura ahora.
A día de hoy sigo sin ser un gran lector. Sigo leyendo despacio, sigo teniendo rachas en las que no toco un libro en semanas, sigo sintiendo algo de envidia cuando veo los resúmenes anuales de otros.
Pero ya no me siento mal por ello.
He aceptado que mi forma de leer es la mía. Que no necesito compararme con nadie. Que los libros que he leído, aunque sean pocos, me han dado lo que necesitaba para escribir la historia que quería contar.
Sigo teniendo una lista enorme de libros pendientes que probablemente nunca termine. Sigo descubriendo autores nuevos de vez en cuando y obsesionándome con ellos durante meses. Sigo releyendo los libros que me marcaron porque cada vez encuentro algo nuevo.
Y sigo escribiendo.
Eso es lo que importa. Al final, eso es lo único que importa.
Para quien se sienta igual.
Si has llegado hasta aquí y te sientes identificado, si tú también cargas con la culpa de no leer lo suficiente, si alguna vez has pensado que no tienes derecho a escribir porque otros han leído más, quiero decirte una cosa.
Da igual.
En serio. Da igual.
Lee lo que puedas, lo que te apetezca, lo que te enganche. No te obligues a leer cosas que te aburren solo porque "hay que leerlas". No te compares con los lectores voraces de las redes sociales. No dejes que la cantidad de libros que otros leen te haga sentir que no eres suficiente.
Y sobre todo, no dejes que eso te frene para escribir.
Porque el mundo no necesita más lectores que presuman de sus estadísticas. El mundo necesita más historias. Y las historias solo existen si alguien se sienta a escribirlas.
Aunque ese alguien solo lea diez libros al año.