Ideas

10 de diciembre de 2025

10/12/25

Once años

Empecé a escribir La chica de la sonrisa triste hace once años. Poco después de que muriera mi padre.

No fue algo planeado. No me senté un día diciendo "voy a escribir una novela para procesar el duelo". No funciona así, o al menos no funcionó así para mí. Simplemente ocurrió. Un día estaba delante del ordenador, sin saber muy bien qué hacer con las manos ni con la cabeza, y empecé a escribir. Palabras sueltas al principio, escenas sin conexión, fragmentos de algo que no sabía qué era.

Mi padre murió de forma inesperada. No hubo despedida, no hubo preparación, no hubo nada de lo que te cuentan que debería haber. Un día estaba y al siguiente no. Así de simple y así de crudo. Recuerdo las semanas posteriores como una niebla. Trabajaba, quedaba con amigos, hacía cosas normales. Pero por dentro todo estaba roto de una forma que no sabía explicar ni a mí mismo.

Escribir fue una de las cosas que me ayudó a ordenar ese caos. También leer lo que encontré escrito de mi padre.

La novela no es autobiográfica. Quiero dejarlo claro porque siempre surge la pregunta. Marc no soy yo, Clara no es nadie que yo conociera, la historia no es la mía. Pero sí que salió de ahí, de ese lugar oscuro. De la necesidad de hacer algo con todas las emociones que me desbordaban. El duelo, la culpa, las conversaciones que nunca tuve, las preguntas que ya nadie podría responderme. Todo eso está en la novela, aunque transformado, disfrazado, convertido en otra cosa.

Escribí mucho durante los primeros meses. Llegué a tener casi la mitad de la historia. Estaba volcado en ello, obsesionado incluso. Era lo primero que hacía al llegar a casa y lo último antes de dormir. Mis amigos me preguntaban qué tal y yo contestaba "bien, escribiendo". Como si eso lo explicara todo. Y en cierto modo lo hacía.

Pero luego paré.

No sé exactamente cuándo ni por qué. La vida, supongo. El trabajo se complicó, empecé proyectos nuevos, conocí gente, me mudé, volví a mudarme. Las cosas que pasan. El duelo fue cediendo espacio a otras preocupaciones, la niebla se levantó poco a poco, y la novela se quedó ahí. En un cajón. En una carpeta del ordenador que no abría.

Abandonada, aunque nunca olvidada.

Durante once años hice lo mismo: cada cierto tiempo, a veces meses, a veces un año entero, abría el documento. Releía lo que había escrito. Algunas partes me parecían horribles, otras me sorprendían. Pensaba "debería terminarla". Me imaginaba haciéndolo, sentía incluso las ganas de ponerme. Y luego cerraba el documento y seguía con mi vida.

Algún día, me decía. Algún día la termino.

Algún día se convirtió en mi forma de no enfrentarme a ello. Porque terminar la novela significaba volver a ese lugar. Significaba revivir cosas que había aprendido a dejar aparcadas. Significaba aceptar que mi padre ya no estaba y que eso no iba a cambiar por mucho que escribiera o dejara de escribir.

Hace un año, algo cambió.

No hubo un detonante claro. No pasó nada dramático, no tuve una revelación en mitad de la noche, no encontré una señal del universo. Simplemente un día abrí el documento como había hecho tantas veces y supe que esta vez era diferente. Que estaba listo. Que necesitaba terminar esto de una vez.

Creo que tiene que ver con el tiempo. Con haber vivido lo suficiente para poder mirar atrás sin que duela tanto. Con haber crecido, cambiado, convertido en alguien que ya puede sostener esa historia sin romperse. A los veintitantos años no podía. A los treinta y tantos, por fin puedo.

También tiene que ver con la gente que me quiere. Mi familia, mis amigos. Algunos llevan años escuchándome hablar de "la novela". Saben que había algo ahí pero no creían en que fuera a acabarla. Para ellos era casi un mito, algo de lo que hablaba pero que nunca veían. Una promesa permanentemente incumplida. Sentía que les debía terminarla. No porque me lo exigieran, nunca lo hicieron, sino porque quería demostrarles que todas esas conversaciones, todos esos "estoy escribiendo algo" habían servido para algo.

Y tiene que ver con mi padre, claro. No soy una persona especialmente espiritual, no creo que me esté mirando desde algún sitio ni nada de eso. Pero terminar esta novela era una forma de cerrar algo con él. De honrar esa época horrible de mi vida en la que lo único que me mantenía a flote era inventar historias. De decirle, aunque ya no pueda oírme, que al final lo conseguí.

El proceso de escritura este último año ha sido muy distinto al de hace once. Entonces escribía desde la herida abierta, desde el dolor en bruto. Ahora escribo desde la cicatriz. Con más distancia, más calma, más oficio. He tenido que reescribir casi todo lo que tenía. Las escenas que me parecían buenas ya no lo eran, el tono había cambiado, yo había cambiado. Pero el corazón de la historia seguía ahí, intacto después de tanto tiempo.

Hubo momentos duros. Escenas que me costó escribir porque me devolvían a lugares que creía superados. Hubo días en que cerré el ordenador y me quedé mirando al vacío, sin saber muy bien qué sentía. Pero también hubo momentos de felicidad pura, de esos en los que una frase sale exactamente como la imaginabas y sientes que todo tiene sentido.

Y ahora está terminada.

Once años después de empezarla, La chica de la sonrisa triste existe. Es una novela de verdad, con principio y final, que la gente puede leer. Todavía me cuesta creerlo. A veces abro el archivo solo para comprobar que sigue ahí, que no me lo he inventado.

No sé qué habría pensado mi padre de todo esto. Era muy lector, la verdad, pero no de este tipo de novelas. Pero creo que le habría hecho ilusión. Ver que su hijo, ese que siempre andaba inventando historias y hablando solo, por fin había conseguido escribir una entera. No por el logro en sí, sino por lo que significa: que seguí adelante, que convertí el dolor en algo, que no me quedé atrapado en la niebla.

Esta novela es muchas cosas. Es ficción, es invención, es una historia sobre un chico llamado Marc y su hermana Clara. Pero también es mi forma de decir que estuve ahí, en ese lugar oscuro, y que encontré la manera de salir.

Gracias por leerme. Gracias por darle una oportunidad a esta historia que lleva once años esperando encontrar a sus lectores.

Por fin está lista.

Alejandro Valero © 2025

Alejandro Valero © 2025